sábado, 10 de mayo de 2008

Tu espalda y otros pensamientos

Sólo una silueta. Un perfil. Con eso basta. A partir de ello, adivino el resto. No necesito ver tu cara de media sonrisa, porque la he memorizado, puedo describirla sin necesidad de nada más.
La nuca, seguida de un par de hombros que enlazan cada uno con un brazo.
Las manos, como carta de presentación, las he visto. Son manos perfectas, proporcionadas, ni grandes ni pequeñas, denotan tu carácter. Son las manos deseadas.
De espaldas.
La presencia hecha verbo.

Y sin embargo sientes recelo. Perfecto.

Y el universo sigue expandiéndose a la vez que se contrae.

No luches por eso, no puedes hacer nada.
Te queda grande. Aunque bien es cierto que tú eres parte del universo, te corresponde una pequeña parcela (como a todos). Se te permite modificar tu pedacito de universo. Pero debes saber que hay más partes y todas están conectadas, si cambias la tuya, influirás en el resto. Puede que algún propietario se molestara, a otros les daría igual, a otros les iría bien. Así pues, modifica con tus manos perfectas el universo, moldéalo, cámbialo a tu gusto. Eres libre. Sé que lo harás bien y tus vecinos no se quejarán. Sin embargo, no evitarás que el universo siga expandiéndose mientras se encoge, no te preocupes, el final del libro ya está escrito, pero tardará en llegar, porque hay que leer cada una de las páginas cambiantes.

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No se puede luchar contra los pensamientos del otro, el pensamiento es libre y sí, evoluciona con el tiempo, se modifica, nadie nunca dijo que no.

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He visto a la gente más fuerte caer. Las torres más altas caen con más fuerza. Su fortaleza se viene abajo dados los cimientos emocionales poco desarrollados o escondidos; ello acelera la caída. Y sin embargo nadie somos de piedra.

Una vez alguien, una persona de temperamento fuerte, me dijo que antes de que me fuera la echaríamos de menos. No entendí en aquel momento aquella simple frase ejecutada arbitrariamente, sin venir a cuento. No sabía que había un pasado. Y se fue ella antes, literalmente, porque no quiso seguir.

[Nadie entendimos por qué.]

Nadie debería hacerlo, la época del romanticismo ya pasó. La ansiada muerte, el esperado fin, por una idea truncada... Cursiladas las justas.
Que la última página del libro no se acabe por un pensamiento en un acantilado, sino que acabe cuando tenga que acabar, no cuando lo diga el lector/protagonista, que sea el escritor quien decida.


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