viernes, 2 de mayo de 2008

El hombre

El todo forma parte de la nada o, más bien, la nada forma parte del todo.
La negación sirve para afirmar.
Los sueños mantienen despierta la vigilia.


Lo que viene determinado por el futuro no lo sabe ni el mismo futuro. El hombre se hace así mismo en función de los elementos externos que le rodean, dependiendo el resultado final más de estos últimos, que del propio individuo. Así pues, el hombre en su etapa final, se detiene y piensa qué tanto por ciento de sí mismo es debido a sí mismo y que otro tanto por fuerza ajenas a su voluntad. Y es entonces, cuando llegando los últimos momentos, se percata que no podría hacer ni una mínima valoración de cómo es, no podría definirse, puesto que no se reconoce y reniega de sí mismo. Sus actos, que creía haber analizado antes de acometerlos, ya no son verdades absolutas, sólo respuestas condicionadas al entorno (para disfrute de los incondicionales de Pavlov, !pobres pastores belgas usados como bombas caninas!) y así, con cada uno de sus hechos, los debe justificar, por lo menos ante su conciencia (pues Dios es en primera instancia la materialización del miedo ancestral del hombre hacia la muerte, como los glucocorticoides son un intento terapéutico desesperado para estabilizar aquello que no tiene un tratamiento médico específico).
Y en esto que nuestro hombre, a punto de escabullirse por agujeros negros que lo llevarán quizá de nuevo al mismo punto del que partió reconvertido en materia nueva, o desprovisto de átomos aniquilados ahora, o en universos paralelos, o sabe Dios (quise decir, la Ciencia) en que se convertirá; digo pues, en esto que nuestro hombre, en el linde de la muerte, deja de pensar en el pasado, en el futuro y en el presente. Está, como cuando nació, solo. Y entonces es cuando comprende que él nunca fue ni él ni sus circunstancias, fueron cadenas de nucleótidos los que le formaron materialmente como individuo, fueron hormonas quienes guiaban sus instintos, fueron células nerviosas quienes le hacían sentir, actuar y respirar. Una maquinaria perfecta de quien se creía dueño, cuando no era más que un sistema que tendía a la homeostasis y que actuaba para ella, hasta que un día algo empezó a fallar (los telómeros se acortaban cadavez más o los radicales libres se le acumulaban en mitocondrias industriales...) y el sistema dinámico se vino abajo y desapareció como individuo librepensante.



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