martes, 26 de mayo de 2009

"Sólo en ese momento, comencé a darme cuenta que las populosas multitudes de las ciudades son menos perturbadoras que los individuos que viven solos en el campo."

El caso del cirujano ministrante de Gaster Fell.
Conan Doyle.


domingo, 24 de mayo de 2009

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Hubiera sido bonito así, decir que lo descubrió mientras sacudía el polvo, pero no fue así. Es que el polvo lo cubría todo, por dejadez o por omisión deliberada, y cuando a las micropartículas de susudicha materia (alérgenos varios, como los ácaros, restos de faneras, cutículas separadas descuidadamente de su cuerpo) entraron, quieras que no, en contacto con sus fosas nasales (inmunología aparte), la hecatombe sucedió. Un estornudo de lo más sonoro combatió, o lo intentó, parte de la sustancia blanquecina que se apoderaba de la estancia. Pero no fue peor la enfermedad que el remedio. El polvo en suspensión, liberado parcialmente de la inmovilidad conferida por la gravedad terrestre, muy al uso desde los inicios del planeta, danzaba en suspensión, en movimientos oscilantes, arriba y abajo, procurando no ser esclavo de esa fuerza planetaria.
Y ahí estaba, debajo, escondido por el blanco manto. Esperando a ser redescubierto. Baste decir que no fue necesario sólo este descubrimiento casual, sino el esfuerzo de tres noches y no consecutivas para vencer a Morfeo, para afianzar que HAL 9000 era un poco trasto, que el final sigue siendo (porque así me empeño) caótico, porque la nívea habitación barroca no es más que una traba para la conclusión, que la muerte, desde que la ví, adquirió forma de negro túnel con paredes de eléctricos y tormentosos colores vivarachos. Y es esto último lo que me preocupa, no la muerte, que es inevitable, sino el túnel de etéreas paredes. ¿Qué sucede si las tocas, si las traspasas, si se cierran y te aprisionan?


lunes, 18 de mayo de 2009

Reflexiones con baja presión parcial de oxígeno

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Mientras miro por la ventanilla del avión a 11000 metros de altitud y con una hora prevista de llegada inesperadamente tardía y sin leer ninguna necrológica, me asaltan varias dudas, seguro que irrelevantes, porque al fin y al cabo (al cap i a la fi), cualquier duda es irrelevante hasta que se demuestre lo contrario.
No negaré que puede que influya en este hecho, el que por ahí fuera una tímida neblina empañe la vividez de los colores, que apague los colores de la tierra y los convierta en una masa informe de tonos grises y azulados. Puede que, llamémosle así en pos de la modernidad de la cual hacen gala, el silencioso ruido de los motores se incruste en el cerebro y anule ciertos circuitos neuronales. También podría ser el hecho que el sueño atrasado me persiga y me recuerde que los sueños, sueños son. Puede que el aire presurizado sea más pobre en oxígeno de lo que debería y tenga el mal de altura (es un decir).
Me asaltan dudas, sí, a 36000 pies sobre la corteza terrestre. Dudas banales y terrenales. La primera, por qué me dejé el libro sobre la cama, ahora que sería el momento ideal para saber al fin quién es el Dr. Salk, qué pasa en la reunión de Pharmalak, si existe el padre perdido. La segunda, por qué no hay turbulencias en este momento, qué le paso al niño incordiante (no por ser niño, sino por ser incordiante, me resultó un incordio) del viaje de ida, con sus babas y sus ansías de dominar el mundo a su antojo sin una mano, no dura, pero sí realista, que le enseñe que el mundo no es un huevo y que no te lo puedes beber todo entero. La tercera, con todos los viajes que llevo en avión (sin contar cuatro años de tren y uno de autobús), por qué nunca me ha tocado al lado un tipo, al menos, de buen ver, y sí tipas que llevan en la cara el maquillaje acumulado, para mí, de todo un año. El cuarto, y relacionado con el tercero, por qué las ventanillas del avión son tan pequeñas (de acuerdo, esta me la sé).
No se sorprenda nadie con estas cuestiones, ya dejé bien claro desde el principio que no son las reflexiones de un momento de lucidez.

lunes, 4 de mayo de 2009

Sobre la rama seca
un cuervo se ha posado;
tarde de otoño.

Basho.