sábado, 26 de abril de 2008

Enyorança

Sentada en la cala y mirando hacia el horizonte, esperaba oler a mar, a salitre, y tal cosa no pasaba, al menos no aquí.
Dadas las fechas en las que nos encontrábamos (quizá mediados de primavera) y las horas que eran (era que se era, muy de mañana [me acaba de venir a la mente la genial Gloria Fuertes]), no había ni un alma, por lo que fue fácil encontrar algún sitio donde sentarse. Aquella área más elevada en la que me hallaba se encontraba asfaltada lo que evitaba sentarse con los vaqueros sobre la incómoda arena. Ya sé que sería más apropiado, dado el lugar, en aquella cala con el agua azul turquesa, decir que me senté sobre la arena, que quizá resulte más cómodo en principio, pero la verdad, no me apetecía llevarme a casa las diminutas partículas de conchas y rocas trituradas, por lo menos no aquel día. Ello me hubiera permitido decir que mis dedos jugueteaban con la arena, que la asían y la dejaban escapar lentamente entre ellos, como si controlara el tiempo, como si aquel material sólido se comportase como un líquido. No. La verdad es que me encontraba en la zona sin arena y con una piedra redonda y plana entre las manos, con la que sí juguetaba, notando su irregular estructura sin mirarla.
Y allí estaba mirando el mar y pensando en el monte, aquello que dejé atrás, el olor a pino y hierba, segada en verano, mojada en invierno, creciente en primavera y crepuscular en otoño. Pensaba en el río anegado de flores de botón de oro (signo inequívoco de agua poco salubre), en las piedras, en los cañaverales (algunos de los cuales forman pequeñas cuevas ocultas filtrando la luz y convirtiendo la íntima "estancia" en una zona ajena al tiempo, de colores cálidos y temperatura agradable), en la señorial Cova, en aquellos seres fosilizados en las rocas, en las águilas y lechuzas, en las ovejas transhumantes, en las moras, en el hinojo y el sabor tan variable que deja en la boca, en los almendros y en los olivos, en el puente de madera, en la tierra roja, en la tierra amarilla, en el viejo y anaranjado regional que viaja sobre aquella vía única, en aquella zona elevada y rocosa que me permitía contemplar de manera privilegiada todo y dejara salir todos mis pensamientos...
En fin pensaba en las múltiples texturas, colores, formas y olores, variables a lo largo del año, a lo largo del día, que dejé atrás. Y allí me encontraba yo, sentada en la zona más alta de la cala, mirando el azul turquesa del mar y el ocre de la molesta arena y tratando de oler a salitre.

No hay comentarios: