domingo, 27 de diciembre de 2009

Me fascina el movimiento que ejerce el líquido en el vaso de porexpán, contra su tapa de plástico, la que impide que se derrame, a pesar del orificio central cuasivalvular. Todo por el bamboleo que le imprimo al deambular. Un movimiento oscilante, sincrónico. Me parece el bombeo del corazón, la sangre latiendo contra las paredes de la víscera. Sólo por caminar. Uno, dos, uno, dos. Y el vaso, tibio, con un ritmo sinusal.
Pero de pronto se para, delante del ascensor. Suerte tiene que se reanima al entrar en él, al salir de él. Sin inotrópicos. De pronto vuelve a detenerse, en la repisa. Ya no sirve reanimarlo, alguien se lo va a tomar.

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