martes, 15 de diciembre de 2009

El dorado I

- Ponte quieta... No te rías.
- Por favor, date prisa, que hace frío.
- Venga, la última, es que da pena...

De fondo, la plaza de les Corts, por la tarde, ampliamente iluminada, tanto que parecía de día. Luces en el cielo, luces en el monumental árbol, luces en las fachadas, luces en los balcones, luces reflejadas en los escaparates y en los ojos de los viandantes. Se diría que era el dorado hecho sustantivo. Un dorado cálido que por unos momentos hacía olvidar el gélido frescor que imperaba en la cuasi invernal tarde.

De frente dos mujeres, vestidas de oscuro, sin más prisa que la que les obligaba el frío. Se apuntaban a sí mismas con una máquina fotográfica, una digital. Dos mundos unidos por una ya reciente obsoleta cámara. El surrealismo hecho real. De fondo la plaza, delante dos mujeres sonrientes, entre medias la cámara y en la pantalla de fondo la plaza y delante dos bultos negros estáticos capturados en movimiento.

Miraban ahora el resultado, decepcionante.

- ¿Me permiten que les haga yo la foto?
- Ay, sí, por favor. Es que es una pena, con el fondo tan bonito, y no nos sale.

El sujeto era un tipo indiferente, de esos que van por la vida sin prisas, de los que no esperan nada de nadie y nadie espera nada de ellos. Les cogió el aparato que ellas le ofrecieron dadivosas, quizás por el frío acuciante. Le gustaba hacer fotos: de gente, de paisajes, de nimiedades... El objetivo oculto: detener el tiempo, atrapar el momento, destacar lo imperceptible y sacar la belleza de lo cotidiano. No se dedicaba a ello de manera profesional, de lo contrario, la obligación empañaría la esencia de libertad que le proporcionaba apretar el botón, no se sentía atado a conseguir la perfección. Ésta vendría por sí misma, sin buscarla, evitando la ansiedad del éxito fallido.

Las dejó quietas y se alejó parcialmente de ellas, retrocediendo siempre con las mujeres enfrente y la plaza detrás. Elevó la máquina. Encuadró el paisaje Se tomó su tiempo. Pulso el botón y la pantalla quedó por unos segundos en negro. De repente se reveló. Una foto que, sin ser perfecta, conseguía el objetivo marcado: las mujeres enfrente, casi a un lado, con caras sonrientes, de fondo la plaza, dorada hasta la extenuación.

Ahora la realidad quedaba perfectamente plasmada en la pantalla.

Ellas, ya contentas pero hartas de una historia que duraba ya demasiado tiempo, le cogieron la cámara. Y sin mirarla y sin darle las gracias se fueron. Era un tipo indiferente.

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