domingo, 19 de julio de 2009

2.

A según qué horas, las callejuelas adquieren algo de vida. Parece que el tiempo se detiene y se alarga, de todos modos, haya quien haya. El tiempo se deforma incondicional y se aferra sobre las pequeñas y desiguales casas, sobre cada losa y cada puerta, sobre cada habitante, sobre mis pasos erráticos y cansados que no llevan a ninguna parte, pasos a los que les gusta tropezar con el mismo montículo una y otra vez. Un montículo absurdo, que ya dejó de existir barrido por el tiempo.

En estos momentos es como si la gente se desperezara, cogiera el resto de hálito que les queda para hacer un último esfuerzo, desafiante. E inundan, débilmente, las callejuelas. Ahora más pasos acompañan los míos sin percatarse (ocho mil muertes, directas e indirectas).

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