jueves, 2 de abril de 2009

No lo sabía, pero descubrió que el ascensor llevaba más lejos, más abajo, de lo esperado o lo dispuesto inicialmente. Cualquiera hubiera dicho que llegaba hasta la planta menos 1. De hecho, no había nada que lo contradijese. Y podría parecer no ser cierto, por el uso abusivo que se le daba a tal artilugio, aquella caja de paredes metálicas y suelo gomoso, con olor a traje de buzo y sal, con la fatiga de los años a cuestas y los pulsadores estáticos como medio de interacción. Repito, podría parecer equívoco, pero aquel ascensor tenía un trayecto más dilatado de lo que nadie pensaba. Bastaba con pulsar los botones según una combinación concreta (y siempre que el elevador estuviese de buenas) y automáticamente descendía hacia las profundidades. El origen de todo esto es incierto, tal vez se debiese a la radiactividad, a la enfermedad o a la muerte que por allí rondaban, tal vez a la cercanía de los quirófanos y antequirófanos yodados inútilmente por y para la esterilidad, a los anestésicos volátiles o a la electricidad de los generadores, al café o al frío, a las cajas desconocidas que se abandonaban misteriosamente esperando desaparecer. O quizás se debiera a la suma de todo ello. O quizás respondiese a un capricho evolutivo de esta especie.
Sea como fuere, el cubículo bajaba más de lo establecido.
Y allí abajo al abrirse las puertas...


2 comentarios:

__ dijo...

Siempre hay que dar un par de vueltas a la vida para encontrarle sus secretos.

Me encanta el vídeo, por el contraste, por la violinista y porque no suena mal a pesar de todo.

Gracia y besos, Ignacio

eldiaridekafka dijo...

A veces lo bueno cuesta, por suerte a veces...

Espero que todo vaya bien.
Un abrazo.