sábado, 18 de abril de 2009

Fragancias

Malena, que no necesariamente es un nombre de tango, acudía religiosamente aquel gran almacén todas las mañanas a primera hora de los días laborables.
Se dirigía a la sección de perfumería y belleza, donde las dependientas ya la conocían aunque hacían como que no.
Furtivamente se acercaba a los estantes de los perfumes, escogiendo qué probador de fragancia sería su nueva víctima. Una vez elegido y con prisas, pulverizaba sobre su escote y muñecas el oloroso líquido. Puff, puff, puff...
Ya era otra.
Y si se sentía mala (cosa que sería consecuencia de la mezcla odorífera tomada prestada), se atrevía con los maquillajes, coloretes y pintalabios. Evidentemente todo material de prueba.

Así era como Malena, que no necesariamente es nombre de tango, se transformaba todos los días. Entraba como un cadáver demacrado y con olor a limpio (a lejía, jabón de glicerina y pobreza) y salía como una fragante flor dispuesta para acudir como limpiadora en la morgue en el turno de noche, trabajo, por cierto, no remunerado: nadie, en aquel edificio, sabía de la existencia de Malena, nadie sabía que por las noches hubiese una limpiadora.
La vida como el aire era gratis, aunque a veces no huela bien, pensaba.


2 comentarios:

__ dijo...

Como me gusta tu toque oscuro, como mezclas las cosas cotidianas con la realidad más lógreba.

Muchas gracias y besos, Ignacio

eldiaridekafka dijo...

Si es que soy muy "lúgrube"...

qué lío, ya somos/estamos dos disléxicos.... ;)

Un bezaso ;) aposta