domingo, 1 de febrero de 2009

El espejo

Al final de la diminuta escalera, guiado por el pasamanos de madera cubierto de un espeso y blando barniz, descansa una pequeña puerta también de madera, enlustrada por la misma sustancia densa. Esta portezuela lleva a una modesta habitación amueblada con una gran cama vestida de diario, sobria. Y sobre una de las paredes descansa un relativamente gran espejo viejo con un marco de madera no muy trabajado. Según se dice, este marco en sus días más gloriosos fue más ostentoso, pero su tamaño menguado por la mano del hombre no le restó en belleza. En cuanto al espejo en sí, el alma del objeto, picado por el paso del tiempo, todavía refleja aquello que se le pone por delante, quizás con menos vigor, quizás contemplándolo todo como los ojos ancianos premiados por su larga vida y largo uso con cataratas: aguado, sin vida, opaco y deslustrado.

La habitación ahora reposa tranquila, sin más vida que los muebles que la habitan, y la escasa luz que le llega proviene de las mallorquinas que cierran el balcón, situado justo enfrente del espejo.
Me preocupo, en estas condiciones, por el espejo, ahora que no tiene qué reflejar. Tal vez los espejos tengan algo monstruoso, por su mala costumbre de duplicar o crear universos paralelos, pero, convendrás conmigo, un espejo sin reflejo es tan triste como un cuerpo sin alma, como un cirujano sin ego, como una mancha en una pared blanca.

2 comentarios:

__ dijo...

Me pongo melodramático:

Lo malo no es sólo perder el reflejo, es mucho peor el desvanecimiento de la memoria cuando el azogue se desgasta...


La vida pasa DdK, y por eso no hay que perder ni un sólo reflejo, ni un sólo segundo.

¿Estás mejor?
Besos, Ignacio

eldiaridekafka dijo...

Coincido en que lo peor (mientras uno sea consciente de que ocurre) es que se vaya desgastando la memoria. La memoria es lo que nos define como seres individuales y es la que nos hace responder de manera original en cualquier momento.

Ya sólo queda la tosecita tonta...