jueves, 4 de septiembre de 2008

Cuento

Con la cara ensangrentada, sangre ya reseca, que era lo que más le molestaba por la tirantez de las heridas más que por las heridas en sí, corría. Sin detenerse por un instante. La producción de sudor era cada vez mayor. Y qué decir de su pulso, acelerado, como su respiración. Y no podía dejar de correr, a pesar del frío y de la humedad, del dolor o la fatiga. No miraba atrás, porque lo importante era avanzar.

Mientras, Tadeo, le miraba orgulloso y altivo desde la vitrina, sin inmutarse. Eso era lo que más le gustaba.
Vivía en una tienda de antigüedades, durante el día con los propietarios del establecemiento, durante la noche solo. A veces creía que se aprovechaban de él, que le utilizaban, pero poco importaba, porque tenía un techo que le cubría la cabeza y su trabajo, o lo que él consideraba que era su trabajo, no le tomaba mucho tiempo. De todas formas hacía lo que le venía en gana. Tadeo era, para opinión de muchos, un tipo con porte y elegancia natural, sin embargo su mirada indiferente y sus lentos y estudiados movimientos hacían que a, pesar de su aspecto, fuera si no repulsivo, al menos, molesto. A los empresarios no les quitaba el sueño, todo estaba en su sitio, ninguna pieza se rompía, no había polvo y él aportaba una clase que otras tiendas desearan. Tampoco era exigente, por su trabajo sólo recibía comida. Se sentían como unos satisfechos protectores, cuidaban de una vida que no daba ningún problema.
El modus operandi de Tadeo siempre era el mismo. Tras un espartano desayuno, daba lentas y sinuosas vueltas limpiando el polvo que alcanzaba; una vez se sentía cansado, se detenía en la vitrina, lleno de objetos cuidadosamente expuestos y de fragilidad extrema. Se sentaba con suma elegancia en el centro del expositor, cubierto por una tela roja de raso, y, sin pestañear en ningún momento, estático y altivo, miraba hacia fuera, sin un punto fijo, como si mirara la nada, como si para él el tiempo fuera a distinta velocidad que para el resto de los mortales, como si pudiese vivir eternamente, todo a través de sus ojos ambarinos. Así podía pasarse horas y horas. Quieto, inmóvil, ceremonioso. Por ello, el vulgo, cuando miraba extasiado el género, no se percataba de su presencia. Era como algo que debía estar, decorativo, como las flores de plástico que llenaban el jarrón. Por eso se sentía importante, al darse a conocer. Siempre aprovechaba cuando el público era escaso, porque es cuando más indefensos se sienten. Cuando mayor es la humillación y la rabia. Porque si fueran muchos, lo que sucedería es que el pánico, aunque inicialmente igual de intenso, perdería rápidamente fuerza y se convertiría en burla y risas. Así aprovechaba aquellos incautos solitarios que miraban largamente la vitrina que, de tanto tiempo que llevaban, perdían la noción del tiempo y del espacio. Él, súbitamente, en el centro, pero con la cabeza ladeada, rotaba su cráneo, como si estuviera poseído, sin mover el resto de su ancho cuerpo, hasta el punto en que sus felinos ojos se clavaban en los del incauto. Se le había pasado por alto (para unos, para otros formaba parte del atrezzo). Y Tadeo se sentía feliz, porque vislumbraba la facies de terror y la mirada confusa, el sudor frío, la modificación pupilar, el engarrotamiento de las extremidades e, incluso creía en ciertas ocasiones, sentir los latidos fuertes que traspasaban el cristal que les separaba. Lo que durara el ataque de pánico ya dependía del sujeto. Pero había logrado que niños lloraran, adultos gritaran, mujeres se desmayaran, ancianos sufrieran infartos (poco importa el territorio afectado).

Aquel día, fue el mejor. La víctima contemplaba una lámpara huracán que, lejos de estar colgada, se hallaba inclinada y sobre el expositor en el lateral izquierdo. Una lámpara de fino cristal poco trabajado con sujeciones de un dorado metálico. A pesar de que allí se acumulaban otros objetos, el objeto de deseo para la víctima era aquello, el resto sólo eran máculas informes que adornaban el escenario. De repente, una de las manchas se gira y posa su mirada de manera insolente. La lámpara ya no es el punto focal. De nuevo, el pánico. De nuevo otro sistema simpático que se activa, inmovilizando a la vez que activando al sujeto. Éste intenta analizar qué es lo que ocurre, su cuerpo quiere girar y echar a correr, sus pies no están preparados y reciben la orden de manera precipitada. Atáxicos, erráticos. Tropiezan. La víctima cae. Traumatismo craneal. Pequeña pero escandalosa herida incisocontusa. ¿Sintronero?
Con la cara ensangrentada, sangre ya reseca, que es lo que más le molesta por la tirantez de las heridas más que por las heridas en sí, corre. Sin detenerse por un instante. La producción de sudor es cada vez mayor. Y qué decir de su pulso, acelerado, como su respiración. Y no puede dejar de correr, a pesar del frío y de la humedad, del dolor o la fatiga. No mira atrás, porque lo importante es avanzar.
Mientras los dueños de la tienda consuelan a su pobre gato. Y Tadeo le mira altivo desde su vitrina.

4 comentarios:

__ dijo...

Puede ser un cuento, una canción o la historia de toda una vida, la de Tadeo.

Me ha encantado. No hay nada como volver y encontrarse con maravillas como ésta.

Me alegro mucho de estar contigo otra vez, Ignacio

eldiaridekafka dijo...

¡Bienvenido de nuevo!

No sé como se llamaría el susodicho, pero me llevé un susto de muerte, breve, eso sí...

Me gustó mucho el vídeo que insertaste. Y por cierto, ¿qué es eso de tiempos raros y espesos? ¿Y eso de que perderás audiencia? Y sobre todo, aquello que pusiste en tu último post prevacacional, ¿qué es eso de viejo? Anonadadita me quedé.

Abrazos de "una jovencita".

ETDN dijo...

Qué bueno! Tiene atmósfera propia, inquietante, muy en plan Poe y así. Mantiene la intriga, hasta la sorpresa final. Y, al releerlo, desvelado ya el secreto, todo cuadra.

pd.- no sé si es deformación profesional ;)) pero, literariamente hablando, me rechinan un poco los términos médicos del final (sistema simpático,pies atáxicos, herida incisocontusa...). Demasiado técnico para un texto literario, en mi opinión.

bss

eldiaridekafka dijo...

Gracias, ETDN, y sobre todo por la crítica, se agradece.

Es que la profesión te (de)forma. Te pones a hacer guardias y, ala, te salen palabros (intencionadamente) sin ton ni son.

PD: de todas maneras,siempre me gustó el simpático, me recuerda a un profesor que tuve de fisiología, todo un carácter.