domingo, 6 de julio de 2008

Kafka o la reinterpretación de Concatenación

A Kafka lo conocí a través de la poesía. Había oído el término kafkiano, sabía qué significaba. Sin embargo mi tutora y profesora de mi lengua materna en secundaria (de ese plan educativo revolucionario [E.S.O., ya induce a pensar que aboca al fracaso general, ESO] que llaman LOGSE), me lo presentó, a través de su metamorfosis, con portada de fondo blanco y toques azules, en mi idioma. Parte del premio de un concurso de literatura. El poema que presenté le hizo deducir que me gustaría. Sólo se hizo con ese ejemplar. Del resto de libros para los compañeros, no recuerdo. De mi poema sólo guardo en la memoria el principio, pero no viene al caso.

Lo leí. Gregor Samsa. Me tocó el alma, de rabia, de impotencia. No quiero decir que lloré al final, pero lo hice. Odié a sus padres. Odié a Gregor. Odié a Kafka.

(Sin embargo, hizo que perdonara a mi profesora por las truculentas historias que nos obligó a leer a lo "I ara qué, Núria" (¡por favor!, NO, que ya me tuve que leer la primera parte por obligación...), "Laura a la ciutat dels sants "(kafkiano hasta el final) o "Mor una vida, es trenca un amor" (lo peor... que no sé si a esto puede superarle la selección de vídeos de diversas asignaturas, con trabajo filosófico y psicológico: Johnny cogió su fusil, La naranja mecánica [a Kubrick le salvo por su 2001: Odisea...]... ) [sin embargo estas obras literarias consiguieron una considerable aceptación entre las clases, sobre todo, entre el público femenino, en concreto, en aquellas tipas que nunca consiguieron leer una oración simple sin conseguir que no nos evadiéramos a otros mundos mientras asesinaban a cada una de las vocales, arrastrando cada sílaba, como si cantaran (podías dibujar cada una de las entonaciones en sinuosas ondas irrepetibles, emocionante), y que preferían como lectura la biblia que guiaba su forma de vida, el SúperVale]. No obstante, les guardo cariño, quizá por su cándida sinceridad ignorante opuesta a la cándida apariencia de ignorantes niñas buenas de las compañeras que les precedieron en la etapa escolar.) Bueno, sigamos con Kafka...


Y seguí buscando más para leer. Y leí. Continuó apretándome el alma. Me atraían las frases, largas construcciones interminables que, con detenimiento, adquirían un sentido que una vulgar concatenación de frases más cortas no podrían hacerlo jamás, con imprescindibles comas que dejaban una pequeña pausa para respirar.

Llegué al proceso poco más tarde, en árido catalán no normativo (véte tú a saber qué variante era aquella) que me hizo desistir por unos años, hasta que tomé la determinación de reemprender la lectura como fuera. De nuevo, más sensación de impotencia, triste final, kafkiano donde los haya. Final, lamentablemente pudieras encontrar semejanzas con hechos cotidianos de mayor o menor envergadura. El acoso y castigo del inocente... La indefensión hasta el absurdo... El caballero de nobles ideas pisoteado por la práctica y ventajosa posición del que juzga o manda (en cualquier modalidad en que esto se dé [guiño], y sin referirme a cualquier hecho real del momento que nos ocupa: cualquier coincidencia con la realidad depende sólo del que interpreta esta frase y no depende de quien la escribe, que lo hace de la manera más aséptica posible).

De Kafka a Lovecraft y su Horror de Dunwich, pasando por el sorprendente Poe. En busca del tiempo perdido, ni mentarlo (preferiría a Núria). Lecturas de verano (no necesario realmente) que se concatenaban de manera vertiginosa con otro tipo de autores que no es necesario mencionar.

De Kafka, todavía el castillo a medias.


Lo más kafkiano de todo que, ante la sensación de rabia que su obra podría dejar en aquellos que se aventuran a bucear entre sus páginas repletas de palabras, con escasos puntos y merecidas comas, la única idea del autor, según se comenta, era reirse de sus propios relatos con sus allegados en sus tardes libres. A pesar de los esfuerzos de (pobres) grandes y elocuentes estudiosos de su obra quienes, a partir de un pequeño fragmento, pretenden buscar el sentido místico de Kafka, que quizá no lo tenga. Y a mí me queda la vaga sensación que ese pÁ-jaro, en el fondo, se quería reir de sí mismo, de la abogacía (quizá a causa de su padre) y de la cotidianidad. Como un Da Vinci autorrepresentado en una bella (?) dama de sonrisa incierta o en gentiles vírgenes de abigarradas posiciones, burlándose de quienes intentan encontrar una quimera.

Sin embargo, me rindo ante él.

1 comentario:

__ dijo...

Te entiendo, pero nunca he leído a Kafka y cada vez leo menos.

Vi la Metamorfosis de La Fura del Bauls y se me apretó el alma como muy bien dices.

Las cosas grandes se gestan desde la nimiedad y la sencillez. No conozco nada importante que se haya construido desde la grandeza.

Besos, Ignacio