domingo, 17 de agosto de 2008

Posiblemente me meta en un terreno que no me compete y salga escaldada sin remedio. Pero escarbando por ahí, no debería hacerlo, me topé con un viejo conocido, con el que además comparto signo zodiacal (si es que eso repercute de alguna manera en el discurrir de la vida; te dedico la frase, compañero).

Pues no, son muchas las cosas que desconozco, por no decir que no sé nada. Y maldita fue la hora en la que se me ocurrió testearme (si es que la palabra existe) hace ya muchos años y darme cuenta que, con el tiempo, sé menos y dudo más de todo cuanto me rodea (poco falta para sufrir el delirio nihilista de Cotard) hasta el punto que cualquier pensamiento o decisión, sometidas a interminables análisis interiores, se convierten en una exasperante tortura de final desastroso.

En fin, que yo no quería hablar sobre esto. Ya ven, un final desastroso de nuevo, les conduzco por un camino tortuoso y árido, total para hablar sobre un libro. Y la segunda introducción la realizaba para justificarme y dejar bien claro que no soy crítica literaria, que sólo es una ínfima opinión y que no me gustaría que se tomara en cuenta.

Para que nadie sufra un colapso mental, si es que todavía hay alguien leyendo el que se ha convertido en el cuarto párrafo. Empiezo. El libro en cuestión es Kafka en la orilla. Lo compré el verano pasado atraída por el título. Demasiadas expectativas. Parte lo leí en la calita adyacente al Torrent de Pareis, qué quieres que te diga... Lo acabé no sé por qué. Tal vez para saber qué histriónico final nos había preparado el autor. Debo confesar que sufrí más con En busca del tiempo perdido y que éste ni lo acabé de leer (me cansó tanta campana y tanta ida y venida...). La historia no la contaré, para no arruinarle a nadie la lectura, pero es una historia que va más allá de lo que sería una obra kafkiana si es lo que se pretende encontrar (Kafka sería como disfrutar de un viaje en tren y Murakami como hacer el mismo trayecto a la velocidad de la luz, llegando al destino sin conservar tu masa, como uno de sus gatos, espachurrado). Demasiado onirismo (Cotard se colaba por entre sus páginas). Molta palla i poc gra, ¿eh?.
A mi colega del copy y past no se lo recomiendo, ojalá alguien me lo hubiera advertido.

Por eso prefiero el préstamo bibliotecario a la compra. Por la economía y el espacio...



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