lunes, 20 de octubre de 2008

Con el recuerdo todavía del cálido roce de las sábanas, intentó subir el estor, para encontrar algo de luz del exterior. Si la había, era muy tenue, o bien es que la apertura de sus ojos no era completa. De todos modos, no veía nada a través de la ventana, que extrañamente le quedaba excesivamente alta. Sin embargo, allí afuera, allí abajo, había vida, porque se oía el tres, gente riendo a deshoras que no parecían recién levantados o el camión de descarga.
Un escalofrío matutino por el leve contraste térmico entre el interior de la cama y el exterior.
Sin embargo, había algo que no encajaba. Porque la cama parecía ser más grande, así como la pequeña habitación.
Se dirigió al balcón. Las cortinas del ventanal resultaban pesadas y, aunque pudo retirarlas, de nuevo no alcanzó a ver a través del enorme cristal.
Tal vez seguía en un estado de ensoñación. Por eso fue al cuarto de baño e intentó encender las luces. El interruptor parecía más grande y estar más elevado.
Siempre que entraba en el baño y encendía las luces, lo primero que veía era su monótona cara reflejada en el espejo. Pero hoy no podía. El espejo quedaba demasiado alto y apenas sí acertaba a distinguir un pequeño revoltijo de pelos que parecían ser los suyos, pero cuyo color no era el habitual. Ni siquiera alcanzaba la pasta de dientes que quedaba sobre la repisa.
Ahora ya no quedaba ni el recuerdo de las sábanas. Sólo desesperación.
Desistió del uso del cuarto de baño y volvió a la cama, con la idea de sentarse y tranquilizarse por un momento. Pero el borde tenía una altura que no le permitía sentarse normalmente, teniendo que impulsarse para hacerlo.
Con la cabeza entre sus manos, la barbilla casi tocando su pecho y cara de resignación, se puso a pensar. ¿Qué era lo que fallaba? ¿Por qué nada estaba a su alcance? ¿Por qué no veía a través de las ventanas? ¿Por qué en cada movimiento que había hecho hasta ahora lo acompañaba de un leve quejido?
Así las cosas y tras mucho meditar, cayó en la cuenta que ya no tenía por qué madrugar.
Hacía tiempo que disfrutaba (?) de la jubilación y su médico de cabecera ya le había advertido que sobre su escoliosis de toda la vida se añadía una ya no tan incipiente osteoporosis. Mañana le operarían de cataratas.

5 comentarios:

__ dijo...

Abro fuego:

¿Cómo os gustaría afrontar esos momentos?

¿Desde la libertad y la valentía que otorga la soledad o con la seguridad y el cariño de vuestra pareja?

Besos, Ignacio

ETDN dijo...

Sobre el texto: agridulce sorpresa final. Mientras lo leía me recordaba a Alicia (la de Carroll). Y al final, el conejo blanco acechando...

En cuanto al debate abierto por Ignacio, uff, eso daría para párrafos y párrafos. Intentaré resumir.

En primer lugar, no sé si estoy muy de acuerdo con las categorías que asimilas: no creo que la soledad (o toda soledad) implique libertad y valentía (a veces es no querida y no explícitamente buscada) ni que tener pareja (sobre todo tratándose ya de ancianos) implique necesariamente "seguridad y cariño", muchos matrimonios duran por rutina, acomodo, etc...

Dicho lo cual,y teniendo en cuenta que yo, de momento, desde mi edad (34), bastante tengo con apañarme mi presente (y no es nada fácil, sentimentalmente hablando), no pienso mucho en el futuro y he dejado de creer en los "amores para siempre", pues puestos a elegir claro que me gustaría encontrar a alguien junto a quien envejecer. Pero ya digo, soy bastante escéptica. Y ahora mismo, claro no estoy enamorada. Supongo que si lo estuviera hablaría de otra manera...

De todas formas da que reflexionar, la preguntita...

eldiaridekafka dijo...

La eterna pregunta, Ignacio, hecha con elegancia. Por mi parte, la esquiva respuesta que se sale por la tangente, también de manera elegante, cómo no.

Siempre he pensado que más vale estar solo que mal acompañado, diferenciando el concepto de soledad versus aislamiento (la primera como opción, la segunda como imposición -->Según la RAE:

Soledad: "Carencia voluntaria o involuntaria de compañía" /Aislar: "Apartar a alguien de la comunicación y trato con los demás").

Estoy de acuerdo con ETDN, la soledad no implica necesariamente ser valiente, aunque se busque. A veces, se utiliza como medio de evasión a posibles enfrentamientos con la realidad, es decir, actuar como cobarde. Un ejemplo básico: cuando en celebraciones "familiares" acudían según qué parientes a casa. Una vez el grado de insoportabilidad era ya elevado, me escabullía como quien no quiere la cosa a mi habitación. Ahora coincide que para volver a casa hay que aprovechar un saliente de guardia sin librar (entiéndase, un lío: hambre, sueño, ojo rojo, aplanamiento cerebal...), así que si estos familiares se presentan (de bell nou), siempre me puedo aferrar a este hecho y dormirme en cualquier sofá. Y es que hay algunas preguntas...

PD: de profesión periodista del corazón, Ignacio.

Besos a los dos.

eldiaridekafka dijo...

Donde dije cerebal quise decir cerebral... ¡Vaya lapsus linguae!

Es que el aplanamiento es acumulativo...

eldiaridekafka dijo...

Para la posteridad.

Ya que este blog se llama como se llama (originalidad a rabiar), pensaba, cuando lo escribía, en La metamorfosis (una arrogante pretensión por mi parte).

Pero ahora que lo dices, ETDN... Humm... Con lo majos que son los conejos...