lunes, 18 de mayo de 2009

Reflexiones con baja presión parcial de oxígeno

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Mientras miro por la ventanilla del avión a 11000 metros de altitud y con una hora prevista de llegada inesperadamente tardía y sin leer ninguna necrológica, me asaltan varias dudas, seguro que irrelevantes, porque al fin y al cabo (al cap i a la fi), cualquier duda es irrelevante hasta que se demuestre lo contrario.
No negaré que puede que influya en este hecho, el que por ahí fuera una tímida neblina empañe la vividez de los colores, que apague los colores de la tierra y los convierta en una masa informe de tonos grises y azulados. Puede que, llamémosle así en pos de la modernidad de la cual hacen gala, el silencioso ruido de los motores se incruste en el cerebro y anule ciertos circuitos neuronales. También podría ser el hecho que el sueño atrasado me persiga y me recuerde que los sueños, sueños son. Puede que el aire presurizado sea más pobre en oxígeno de lo que debería y tenga el mal de altura (es un decir).
Me asaltan dudas, sí, a 36000 pies sobre la corteza terrestre. Dudas banales y terrenales. La primera, por qué me dejé el libro sobre la cama, ahora que sería el momento ideal para saber al fin quién es el Dr. Salk, qué pasa en la reunión de Pharmalak, si existe el padre perdido. La segunda, por qué no hay turbulencias en este momento, qué le paso al niño incordiante (no por ser niño, sino por ser incordiante, me resultó un incordio) del viaje de ida, con sus babas y sus ansías de dominar el mundo a su antojo sin una mano, no dura, pero sí realista, que le enseñe que el mundo no es un huevo y que no te lo puedes beber todo entero. La tercera, con todos los viajes que llevo en avión (sin contar cuatro años de tren y uno de autobús), por qué nunca me ha tocado al lado un tipo, al menos, de buen ver, y sí tipas que llevan en la cara el maquillaje acumulado, para mí, de todo un año. El cuarto, y relacionado con el tercero, por qué las ventanillas del avión son tan pequeñas (de acuerdo, esta me la sé).
No se sorprenda nadie con estas cuestiones, ya dejé bien claro desde el principio que no son las reflexiones de un momento de lucidez.

2 comentarios:

__ dijo...

Tengo mis millas de vuelos y nunca nunca nunca me ha tocado alguien interesante al lado, pero no ya alguna chica de buen ver o agradable conversación, es que tampoco persona alguna con la que intercambiar una frase que no fuera obvia.

Una vez volé al lado de Felipe González y otra con Solana y los dos se durmieron antes de despegar el avión y despertaron cuando abrieron las puertas. No pude ni intercambiar más que un hola y un adiós.

Cuando era joven y repartía comidas a ricos en días señalados, siempre soñábamos con que te abriera la puerta alguien estimulante, pero nunca ocurrió y el que fanfarroneaba con eso era un puro y simple mentiroso.

¿Te despresurizaste?

Besos, Ignacio

ETDN dijo...

Nunca he viajado sola en avión. Sí lo he hecho en tren y tampoco nunca he conocido a nadie. Claro que tampoco soy especialmente dada a hablar con mis compañeros de asiento.

Supongo que volar por encima de la tierra, de las nubes, cambia la perspectiva y produce reflexiones extrañas. Pero también ayuda a relativizar.

Besotes