domingo, 8 de agosto de 2010

Me prodigo en lo que divago, ensoñando lo que siento.
No hay dunas más molestas que aquellas que tapan el horizonte, la tierra estable lejos de esta hostil y fría tierra.
El subsuelo de este corcho a la deriva no me merece la confianza necesaria y a él encomiendo mi vida o, al menos, mi gravedad o, más bien, mi masa.
Que mi calendario ya sólo versa en semanas y mi mente comulga en horas, pensando en mi esperado naufragio, expuesta a las inclemencias metereológicas, sobre todo, vientos racheados y huracanados que soplan de todas partes.
Y aunque se hunda la balsa, mejor hundirse que enterrarse en vida, siempre que sea lejos, lo suficientemente lejos.