Me prodigo en lo que divago, ensoñando lo que siento.
No hay dunas más molestas que aquellas que tapan el horizonte, la tierra estable lejos de esta hostil y fría tierra.
El subsuelo de este corcho a la deriva no me merece la confianza necesaria y a él encomiendo mi vida o, al menos, mi gravedad o, más bien, mi masa.
Que mi calendario ya sólo versa en semanas y mi mente comulga en horas, pensando en mi esperado naufragio, expuesta a las inclemencias metereológicas, sobre todo, vientos racheados y huracanados que soplan de todas partes.
Y aunque se hunda la balsa, mejor hundirse que enterrarse en vida, siempre que sea lejos, lo suficientemente lejos.