miércoles, 30 de abril de 2008

Distancias


¿Qué ETERNO vacío es éste que siento y que crece exponencialmente cada minuto? Porque tú estás aquí a mi lado, escasos centímetros nos separan, en el mismo sofá, pero tan distante que apenas te distingo del blanco de la pared, del gris de los días. Cuando llegues allí donde quieras llegar y estés cómodamente aposentado, envíame aunque sea una postal, para saber que aún vives.

martes, 29 de abril de 2008

El caso del repartidor de flores

[Holmes avanzó hacia el sillón orejero de rojo terciopelo arrojando el violín con tal vehemencia, que una de las cuerdas saltó de manera furiosa, y se sentó en el diván cambiando de golpe su semblante, me miró y, juro por Dios que me atemoricé, me sonrió y exclamó jocosamente: ¡Pardíez, emprendamos otra aventura!. Y entonces me tranquilicé, porque mi maletín ya estaba vacío.]

Había sido una jornada muy dura, y Watson no dejaba de observarme y tomar mentalmente apuntes inútiles para luego publicarlas en el folletín mensual para ese público estúpido que cada vez exigía más sangre, algo que por supuesto, no se planea y que no estoy dispuesto a satisfacer, aunque con ello disminuya mi notoriedad.
Así como en un día caluroso de verano el perejil se hunde en la mantequilla (¡Eureka!), mi paciencia se vio desbordada.
Cuando se llevaron a aquel hombre al cual mi dedo acusador señaló, de forma bastante tajante debo decir, sentí, como siempre, una cefalea intensa que esta vez cedió inmediatamente. Y ahí, yo, el mayor detective de toda Inglaterra, de todo el mundo, de toda la historia (aficionadillo Dupin...), me sentí someramente mareado.
Al llegar a casa, abrí la puerta, arrollando a la pusilánime señora Hudson, cosa que bien poco me importó (si bien, lo sentiría más tarde al probar los endurecidos brioches), y al abrir la puerta de mi departamento, como un fogonazo, me vino la respuesta. Aquel haragán no había sido el responsable del hurto de la toquilla françoise de Su Graciosa Alteza, una herencia de incalculable valor (sentimentalmente debo suponer, porque para mí sólo representaba un trapo más entre miles para una mujer vieja, gorda y exigente, a la que prestaba todos mis servicios en casos desesperados en los que sus espías más zafios habían fallado). Allí, la idea se tejió rápidamente como un fractal, me excuso (y que no sirva de precedentes), rectifico (también será la primera y última vez) y diré como una telaraña. Aquel hombre ciertamente no era el responsable y ahora estaba condenado a la horca. Porque yo, el más ilustre y minucioso de todos los caballeros ingleses, quizá debí equivocarme (no abrí los cajones de la cómoda de Su Alteza, donde posteriormente pude saber que, entre fajos y refajos, una señorita de mirada triste con permiso de la Reina, encontró aquella toquilla. Maldita señorita y maldita toquilla, a la hoguera con ellas). Pero recuerdo cómo el Dr. Watson me miraba fascinado una vez me dirigía a aquella cómoda y tomaba sus apuntes y yo, el más insigne de los detectives, se dejó seducir por aquella idea: “Holmes, viendo el diminuto trozo de periódico en el suelo, al lado de una cómoda de estilo imperial, encontró la respuesta. El repartidor de flores era el ladrón y el destructeur de aquella tela, puesto que no se encontró la valiosa prenda. Y su Alteza le compensó con el título de...”. Y como aquella idea me gustó, y como mi lógica siempre ha sido, debo decir sin modestia ni reparo, mi mayor virtud, acepté la hipótesis, la hice mía y la convertí en teoría.
Así que cogí el violín y descargué toda mi ira en él, pagándomelo como siempre y negándose a sonar. Aquel hombre, lo sabía con mi certera certeza, ya estaría en el otro barrio (me permito esta licencia, esta expresión tan poco elegante, puesto que usted no puede leer mis pensamientos, querido lector) y, en fin, un repartidor de flores menos en esta isla sombría no se haría de notar. Pensando esto ya había lanzado el trasto sin alma sobre el sillón orejero de rojo terciopelo. Me senté en el diván y sabiendo que el meapilas de Watson nunca sabría que al menos por una vez me equivoqué, me alegré, le miré desde mis alturas, sonreí y le alenté para una nueva aventura (se contenta con nada).


(Gràcies a Sir Arthur Conan Doyle pels moments passats...
tot i l'Home de Piltdown, tant si és com no el responsable)



lunes, 28 de abril de 2008

Mañana



Sería absurdo pensar que no habrá un mañana aunque fuera cierto, porque el mañana pueda que nunca ocurra. Y que lo estemos esperando, como el autobús de las siete que lleva al aeropuerto y que nunca llegó, por lo que perdiste el avión que te llevaba al día siguiente.
Pero aunque eso sucediera, habría valido la pena el tiempo gastado, ¿verdad? Con sus horas muertas y sus ratos plenos, con las horas vividas y las dormidas.
Y sin embargo aún falta para que el mañana no llegue.

Y te digo todo esto mientras duermes en mi regazo y acaricio con mi mano tu mejilla derecha, mientras sueñas en mañana, sin preocuparte en si despertarás o no,
mientras detengo el tiempo y observo cómo respiras con tranquilidad, pausadamente,

saturando al noventayochoporciento con fíodos al veintiuno.

PD: sé que mañana despertarás y seré yo entonces quien apoye la cabeza sobre tu regazo
y serás tú quien me acaricie mientras duerma, ¿verdad?.

domingo, 27 de abril de 2008

Dentro de nosotros existe algo que no tiene nombre y eso es lo que realmente somos.

(J. Saramago)

sábado, 26 de abril de 2008

Enyorança

Sentada en la cala y mirando hacia el horizonte, esperaba oler a mar, a salitre, y tal cosa no pasaba, al menos no aquí.
Dadas las fechas en las que nos encontrábamos (quizá mediados de primavera) y las horas que eran (era que se era, muy de mañana [me acaba de venir a la mente la genial Gloria Fuertes]), no había ni un alma, por lo que fue fácil encontrar algún sitio donde sentarse. Aquella área más elevada en la que me hallaba se encontraba asfaltada lo que evitaba sentarse con los vaqueros sobre la incómoda arena. Ya sé que sería más apropiado, dado el lugar, en aquella cala con el agua azul turquesa, decir que me senté sobre la arena, que quizá resulte más cómodo en principio, pero la verdad, no me apetecía llevarme a casa las diminutas partículas de conchas y rocas trituradas, por lo menos no aquel día. Ello me hubiera permitido decir que mis dedos jugueteaban con la arena, que la asían y la dejaban escapar lentamente entre ellos, como si controlara el tiempo, como si aquel material sólido se comportase como un líquido. No. La verdad es que me encontraba en la zona sin arena y con una piedra redonda y plana entre las manos, con la que sí juguetaba, notando su irregular estructura sin mirarla.
Y allí estaba mirando el mar y pensando en el monte, aquello que dejé atrás, el olor a pino y hierba, segada en verano, mojada en invierno, creciente en primavera y crepuscular en otoño. Pensaba en el río anegado de flores de botón de oro (signo inequívoco de agua poco salubre), en las piedras, en los cañaverales (algunos de los cuales forman pequeñas cuevas ocultas filtrando la luz y convirtiendo la íntima "estancia" en una zona ajena al tiempo, de colores cálidos y temperatura agradable), en la señorial Cova, en aquellos seres fosilizados en las rocas, en las águilas y lechuzas, en las ovejas transhumantes, en las moras, en el hinojo y el sabor tan variable que deja en la boca, en los almendros y en los olivos, en el puente de madera, en la tierra roja, en la tierra amarilla, en el viejo y anaranjado regional que viaja sobre aquella vía única, en aquella zona elevada y rocosa que me permitía contemplar de manera privilegiada todo y dejara salir todos mis pensamientos...
En fin pensaba en las múltiples texturas, colores, formas y olores, variables a lo largo del año, a lo largo del día, que dejé atrás. Y allí me encontraba yo, sentada en la zona más alta de la cala, mirando el azul turquesa del mar y el ocre de la molesta arena y tratando de oler a salitre.

viernes, 25 de abril de 2008

Frei sein





Glaubst Du, dass der Wind weht,
weil irgend jemand sagt: "Wind, weh jetzt"
Glaubst Du, dass die Sterne, die am Himmel stehen
leuchten, weil irgendwer sie anknipst ? Glaubst Du das ?
Glaubst Du, dass die Elemente tun, was sie sollen,
und nicht, was sie wollen ? Glaubst Du das ? Glaubst Du das ?
Wenn Du das glaubst, dann wirst Du nie sehen
und verstehen, was ich mein, wenn ich sag':

Ich will frei sein,
frei wie der Wind, wenn er weht.
Ich will frei sein,
frei wie ein Stern, der am Himmel steht.
Ich will frei sein,
ich will frei sein, nur frei sein, nur frei sein, nur frei sein.
Ich will frei sein, nur frei sein,
ich will frei sein, nur frei sein, nur frei sein, nur frei sein.

Glaubst Du, dass die Erde
aufhören würde, sich zu drehen,
wenn irgendwer entschiede,
dass es besser wär' für sie zu stehen ? Glaubst Du das ?
Glaubst Du, dass irgendwer, irgendwo, irgendwann
für Dich Dein Leben leben kann ? Glaubst Du das ? Glaubst Du das ?
Wenn Du das glaubst, dann wirst Du nie sehen
und verstehen, was ich mein, wenn ich sag':

Ich will frei sein,
frei wie der Wind, wenn er weht.
Ich will frei sein,
frei wie ein Stern, der am Himmel steht.
Ich will frei sein,
ich will frei sein, nur frei sein, nur frei sein, nur frei sein.
Ich will frei sein, nur frei sein,
ich will frei sein, nur frei sein, nur frei sein, nur frei sein.

Glaubst Du, dass Dein Leben
bereits geschrieben steht,
und dass irgendwo ein Weiser
für Dein Tun die Konsequenzen trägt - glaubst Du das ?
Glaubst Du, dass von allen Leben auf der Welt eins
wertvoller ist als Deins ? Glaubst Du das ? Glaubst Du das ?
Wenn Du das glaubst, dann wirst Du nie sehen
und verstehen, was ich mein, wenn ich sag':

Ich will frei sein,
frei wie der Wind, wenn er weht.
Ich will frei sein,
frei wie ein Stern, der am Himmel steht.
Ich will frei sein,
ich will frei sein, nur frei sein, nur frei sein, nur frei sein.
Ich will frei sein, nur frei sein,
ich will frei sein, nur frei sein, nur frei sein, nur frei sein.

X.N.

jueves, 24 de abril de 2008


A partir de cierto punto no hay retorno. Ese es el punto que hay que alcanzar.

F.K.

miércoles, 23 de abril de 2008

Miradas


Una mirada huidiza sin corazón es una mirada vacía.

Una mirada huidiza con corazón es una mirada febrilmente cobarde.

Una mirada fija sin corazón es una mirada insolente.

Una mirada fija con corazón es una mirada descaradamente atrevida.


Sin embargo todas ellas son miradas, sujetas a la casuística de la interpretación, por ende, no son más que fábulas de moraleja incierta para el observado.

domingo, 20 de abril de 2008

Cuentos rusos (I). Mi abuelo...

...se sentaba en aquella mecedora que aún existe y que él mismo reparó. Se trataba de una modestia herencia que alguien se la cedió, como una limosna a un pobre. No obstante, la barnizó con cariño y le cambió la tela, ahora algo desteñida, de grandes flores anaranjadas y marrones sobre un fondo oscuro, que de pequeña me parecía todo un universo. Y nosotros sentados en el suelo, o en su regazo, o sobre aquellas alfombras de piel de borreguito marrones, quietos y expectantes.

Y allí se sentaba cerca de la estantería y nos leía, sobre cualquier cosa, pero eran las palabras más vivas que jamás haya oído. Mi preferido era aquel libro de tapa blanca y blanda (en la segunda estantería más o menos a la mitad, zona que tardé bastante tiempo en alcanzar), con austeros dibujos (todavía me acuerdo de aquel pequeño pájaro en su jaula y cómo después se encontraba fuera de ella), sin colores. Y yo, que ya sabía leer, no podía procesar aquellos textos, me eran extraños, no se parecía a nada de lo que había aprendido. Evidentemente aquello se debía a que se trataba de un libro de cuentos rusos escrito en ruso y, por tanto, no entendía nada (¡dichoso alfabeto cirílico!). A él, a mi abuelo, la persona más culta que he conocido, le encantaba el ruso. Y por ello, para saber qué decía aquel libro (y algún que otro más) debía esperar pacientemente a que nos lo leyera. Y nos leía sin infantilismos ni ñoñerías, de hecho, aquellos cuentos no admitían semejante actitud. Eran cuentos con metáforas que pudieron llegar a calar en nuestras mentes aunque en aquellos instantes sólo se trataran de pequeñas historias.

Una vez daba por finalizado el relato, no acababa la oratoria. Era una persona paciente con infinitas cosas que revelar al mundo. Nos contaba sus azañas en tiempos de guerra (cuando no era más que un jovencito con ansias de descubrir el mundo), nos enseñaba su viejas fotos. Y lo narraba todo con tanta pasión que, aunque a veces nos lo repitiera, no importaba, se lo perdonábamos, porque sabíamos que nadie nos iba a enseñar tanto como él.

Su afición al saber era infinita (y autodidacta) y aquello nos beneficiaba, porque a la lectura o a los recuerdos, les podían acompañar bulerías o fandangos que mi abuelo se marcaba con su guitarra en solitario o acompañando al viejo tocadiscos a la altura de un tal Paco de Lucía.

Y la estantería repleta de libros (y mi abuela desde la cocina, siempre limpiando a fondo desde el fondo) era testigo de aquellos días de nuestras infancias. Y no es que las piezas que allí se atesoraban fueran la mayoría de mi gusto (mi conciencia bien sabe cuántas veces de pequeña intenté leer aquel libro de hojas rojas y frágiles que en algún momento debió tener una cubierta amarilla, El príncipe idiota, y el juramento que me hice a mi misma que algún día lo leería y que tiempo ha que se cumplió), pero todo aquello en conjunto, me hizo amar (cuán bucólica expresión) los libros y encontrar en ellos un tesoro que muchos no han descubierto.


viernes, 18 de abril de 2008

De perdedores y vencedores, el silencio.

No es más peligroso el que habla que el que calla. Éste último aguarda expectante su turno, que en algún momento llegará. Toma posiciones, evalúa y procesa la información. Se plantea estrategias y jugadas maestras, de elegante ejecución, tan silenciosas y discretas que sólo otros ojos observadores notarán, también sin delatar que la respuesta ya se emitió.
La ventaja del que calla, quien no siempre otorga.
Y en su silencio se regocija, la victoria cree que es suya, lo sabe y disfruta. En silencio...
Para qué molestar al ofendido, al perdedor que se cree vencedor, en la más estruendosa algarabía. No se siente humillado ni herido.
Es el final perfecto para una batalla sin víctimas, donde todos creen ser vencedores.
Pero para el tercer espectador en la distancia, J. K., se dirime otra batalla para una guerra que no tiene fin.

martes, 15 de abril de 2008

Luces de la bahía

Desde que nace hasta que muere un pensamiento fluye en todas direcciones. Y el viento lo recoge y lo mece, balanceándolo de tal manera que, cuando lo recoges, ya no es el mismo, no es ni más maduro, ni más pobre. Y la lógica busca la idea primigenia, estableciendo algoritmos de búsqueda, tan fugaces que aún no fueron creados, pues cuanto más tiempo pase, menos probabilidades de éxito existen.

Páginas blancas en la libreta azul que ya amarillean.
Toallas de verano de fuertes colores que se apagaron hace ya un rato.
La brisa marina dispersada por aquel avión a reacción que regresa a casa con gente extraña.
Y dentro de poco, las pequeñas luces de enfrente de la bahía se encenderán (no diré como luciérnagas, que es una frase ya denodada, ni como estrellas, que aquí todavía no he visto) minúsculas y pegaditas, chispeantes y lejanas.

lunes, 14 de abril de 2008

In - Sorites

Un violín destartalado sin cuerdas que lo compongan, mudo y desvencijado, sin un luthier que lo mime como debiera.
Minúsculas motas de polvo se agrupan sobre la madera otrora viva, ahora muerta.
Hace tiempo que dejó de notar aquella crin que le acariciaba, tan suave y tan firme, y que le hacía vibrar llegando a alcanzar notas que no existen.
Y el tiempo le dejó perderse como se pierde aquello que no se necesita y que nunca tuvo que necesitarse.
Sólo es un violín, no pienses más. No se trata de un acertijo, ni de un silogismo, no hablo de tu alma ni de la mía, que de eso nunca hablaré. A rey muerto, rey puesto. Y reyes hay muchos... Y no es tu soberbia la que hizo que se echara a perder el violín, es sólo que los consabidos árboles te impiden ver el bosque. Las palabras de otros ciegan lo que querías descubrir; no hay dios(es), no hay verdades absolutas, sólo hay cosas que desconoces. Y no te das cuenta, y nos echamos a perder como el violín. Ab imo pectore.

lunes, 7 de abril de 2008

Aire


Como un golpe seco... Y de repente la negación. Imposible. Allí estuvo, ahora ya no, o quizá sí.
No hablábamos del futuro más lejano, sí de un futuro más o menos razonable. Tampoco planeábamos nada en concreto, puesto que sólo, en teoría, nos relacionaba algo laboral (me niego a planteármelo así, pero tampoco es niguna mentira), si bien habían nexos que, como una broma macabra, nos relacionaban más, y creo que ambas partes lo queríamos negar. Habíamos seguido caminos divergentes, con alguna crispante similitud, y en algún punto se unieron.
Pensé que la distancia no haría que nos olvidáramos, que siempre habría un mañana en el que saludarse, al menos.

Yo no sé si tú lo sabías, deduzco que sí. Yo lo sabía.

Hicimos apaños (lo de la red fue genial, pero admitámoslo, una chapuza pasajera) para mejorar algo que ya no tenía vuelta atrás. Cuando tú llamabas intentaba estar allí, a cualquier hora, y bromeábamos y nos reíamos de cualquier tontería, como intento de mitigar algo que, como el aire, es intangible, pero que existe y que nos mantiene vivos (qué ironía). También ya estaba limitada. Yo no sé si tú lo sabías. Yo lo sabía y no lo quería ver.

Ahora el aire volvió, lentamente rápido, con la primavera.


En record de LN. Què serà dels teus records?

miércoles, 2 de abril de 2008

Memòria



Así como el tiempo avanza inexorablemente hacia el infinito fin que algún día llegará, aunque te pese, el vaivén de las olas no cesa, de manera que hasta la orilla rocosa trae y aleja barcos, otrora repletos de gente y cada día más vacíos. Algo así como mi mente, antes cargada de lo que para mí eran valiosos conocimientos que, como los barcos, va perdiendo por el camino, soltando lastres que caen al abismo del mar y que no los volveré a recuperar, pues la cuerda quebró y no consigo encontrar el raído cabo.


Si te sucediese a tí lo mismo, ¿qué harías? ¿Bucearías para recuperarlos, encontrándote con los peligros de hundirte con ellos y no subir nunca más a la superficie? ¿Tal vez navegarías el tiempo que te fue dispuesto para procurarte de nuevos lastres, desconociendo si tendrán el mismo valor que los previos?


En estos pensamientos me muevo, y tu no respondes, quizás porque tu timidez no te deja pensar que la solución al problema no radica en la misma solución, sino en el problema, un cuadro alzheimer-like, ocasionado por el ritmo que llevamos, por la preocupación por los otros, que consigue que nos olvidemos de nuestra propia existencia, buscando las causas por las que la memoria de otros mermó, quizás por auténticos cuadros de demencia senil (puntual o precoz), que la propia biología de los mismos marcó junto con los llamados agentes etiológicos externos que lo precipitaron.
¿Y todavía sigues leyendo?